Ana Gallardo. Dibujos textuales II

Los monocromos parecen siempre anunciar un inicio o un final. Son pura voz y puro silencio al mismo tiempo. Provocan incluso, a primera vista, cierta inquietud, tal vez por enfrentarnos a esa exhibición absoluta y des-figurada de lo único, de algo que, solo, es todo; a la elección tajante de una entidad que se descubre sin compañía, categórica en su autonomía, desprendida; a esa presentación de sí como núcleo originario o como opacidad impenetrable, cerrazón. Nos afectan con su señalamiento decididamente interno: tan hacia nosotros y tan hacia adentro de ellos mismos.

Los Dibujos textuales de Ana Gallardo se suman a la vasta tradición del monocromo. A la del monocromo puro que es acto de limpieza y llamado de alerta a la percepción y a la del gestual o saturado, prueba del poder de transformación del acto creativo y a veces expresión del artista o de la historia torturados. A la de los espacios totales que condensan en su orden la energía de la materia y a aquella que viene sumando -al idealismo que convoca su austeridad y su restricción compositiva- la carga existencialista, simbólica y sugestiva que tiene la anti-imagen, que traen la acumulación, la repetición, la supresión o el poner el cuerpo, la sensación del vacío o de lo lleno.

En la trayectoria de Gallardo, el monocromo llega después del fracaso. Un fracaso que se despierta no sólo ante la imposibilidad de continuar transformando la nostalgia, el desamparo o la soledad en hecho constructivo a través de sus proyectos dialógicos y afectivos, sino también ante la frustración que supone enfrentarse a una humanidad que no se deshace de su naturaleza despiadada. Sus monocromos surgen frente a este hecho.

Casi imperceptible, casi desdibujado, este asoma por el margen inferior de las obras en forma de testimonio y, desde allí, la artista pinta su sombra inmensa. O, más que su sombra, pinta su trauma. La imagen se calla ante la vivencia y la narración del abuso. El gris profundo es su única posibilidad de representación, su forma de anunciar la manera en que los hechos obturan y anulan, con su miseria y brutalidad, las biografías.

Esta monocromía de denuncia es también declaración de artista. De una producción que si bien exhibe su inevitabilidad y su imperante necesidad expresiva en la superficie dibujada, confiesa su agotamiento y su desánimo y la necesidad de exigirse, ante la naturaleza de los hechos, ser fundamentalmente portavoz. La opacidad de sus trabajos es negación de todo lo que no sea para Gallardo estrictamente necesario, es censura de artista, tachadura agotada en las decenas de carbonillas que hicieron del papel una monumental naturaleza quemada.

En su doble orden de denuncia y negación, de visibilidad y opacidad, de escritura y tachadura, las obras de Ana reafirman el potencial expresivo de su naturaleza dual. Ellas además son, no sólo evocan, voz y silencio y, en tanto monocromo, saben revelar complejidad mediante la uniformidad. Ellas comunican la duda en que nos sume la batalla entre el deseo y la responsabilidad, entre la franqueza y la necesidad de apagar el dolor, una secuela de contradicciones que las obras de Gallardo resumen siempre en el hecho de que se manifiestan, a la vez, como pregunta y como respuesta sobre cómo ser artista frente a la realidad.

Texto de Alejandra Aguado

 

El cuadro como resultado y como resto de un proceso: trazo a trazo el carbón se deshizo en el papel y se dejó caer sobre la artista que, trazo a trazo, sí, se fue transformando ella misma en un ser cubierto de esa materia que es polvo porque todo, al final, incluso lo que empezó siendo quién sabe si tronco u hoja o flor mordisqueadas por dinosaurio, es polvo y barro, es decir se rompe y sus partes se hacen parte de otras cosas, y la materia de estos trazos, lo que queda en el papel, cae suave porque el polvo le resiste a la gravedad, suave y en vaivén cae y tapa igual, como si bailara de brisa una lluvia ácida antes de tocar lo que sea que detenga su danza para asfixiarlo de sí misma, sin pausa, tapa con vocación de pegarse a aquello que toca: entonces cubre, el carbón, a la artista como si la cubriera la entraña de la tierra, esa tierra mojada, ese barro que pudrió con tranquilidad mineral, con el proceder implacable y ciego de los elementos: así, adentro de restos de restos, cubierta, la artista trazó y trazó y trazó y se volvió ella misma carbón y volvió a trazar y siguió trazando con el carbón en la mano pero con todo el cuerpo moviéndose, hecho trazo también, estirándose y contrayéndose recto y curvo y horizontal y diagonal, tan negro al final como el plano sobre el que trabaja, el trazo y el otro trazo y el otro, haciéndose parte de la obra que será, es claro, al final, el resultado de un trabajo con una de las entrañas del planeta, un resto de lo que se hizo con todo el cuerpo para después sustraérselo: una selva de negros porque si bien el blanco y el negro no tienen tonos, Ana Gallardo logra profundidad con esos trazos a los que se entregó de cuerpo entero.

Una selva decía y algo de eso pinta Ana en esta ceremonia, porque qué otra cosa podría ser la labor ardua de hacer el cuadro haciéndose parte de él, dejándose cubrir del negro de la entraña del planeta para después sustraerse, una ceremonia, sí, una ceremonia que tiene que ver con el duelo, que tiene que ver con el dolor, un dolor de selva, uno que viene de las experiencias de la artista en Guatemala, con sus ganas de rebelión que no midieron riesgos y generaron lazos, esas ganas que nos hacen ser parte de la tierra que pisamos rebelándonos, y es por eso que Gallardo inquiere, por lo que fue de esa gente de esa tierra que fue suya en su rebelión, por el dolor que no puede decirse pero se dice al fin, se dice así, por ejemplo, “una mujer que ya estaba esperando como de ocho meses, le abrieron la panza y le quitaron el bebé y lo tiraron sobre el espinero”, y se dice de esa tierra, la de Guatemala, y de esa guerra, la civil de ese país, pero podría decirse de todas pero cómo obviar la singularidad de las guerras de América Latina donde lo que se busca, lo que se ha buscado desde la conquista, es exterminar al otro, al indio, a la india especialmente, sumidos antes en el desprecio más feroz, en la esclavitud o en la casi esclavitud, pero siempre el cuerpo de la mujer, en todas las guerras y en estas guerras que son de clase pero también son racistas, son genocidios estas guerras, el cuerpo de la mujer como botín, como territorio de conquista y destrucción, como aquello de lo que apropiarse para exterminarlo, el cuerpo de la mujer como cosa, el dolor de las mujeres torturadas, vejadas, el cuerpo de la mujer en la guerra, del dolor ese duela Ana Gallardo en estos cuadros que son selvas negras de profundidades que tienen que ver con la selva aquella y con esos cuerpos, con todas esas vidas destrozadas con saña atroz, con un dolor que se dice, por ejemplo, “una mujer que ya estaba esperando como de ocho meses, le abrieron la panza y le quitaron el bebé y lo tiraron sobre el espinero”, pero sin embargo no puede decirse y entonces qué más que una ceremonia, una que clama por justicia, una ceremonia nueva, una que inventa con el cuerpo la artista poniéndolo con sus trazos, con su hacerse parte de la obra o con hacer la obra parte de sí bajo el carbón constante y mudo, una ceremonia de polvo y silencio, de poquísimas palabras que se dejan vislumbrar en la selva negra de Gallardo, una ceremonia de la que nos hacemos parte con solo mirarla.

Texto de Gabriela Cabezón Cámera

 

Ana Gallardo
Nací en Rosario, Argentina, y he vivido entre México, España y Buenos Aires.
No tuve educación formal, soy autodidacta. Tengo una formación adquirida en talleres de artistas como Víctor Grippo, Miguel Dávila, Jorge Diciervo y Juan Doffo.
Tengo una idea heredada de como atravesar las prácticas artísticas, ya que mis padres, eran artistas. Mi madre pintora y mi padre poeta. En los 80 integré el Grupo de la X y con ellos aprendí cómo se piensa el arte.
Viví en México desde fin de los 80 y principio de los 90, en dónde nació mi hija Rocío.
Trabajo en paralelo a mi obra, en una serie de proyectos independientes dirigidos a promover el arte local, a dar visibilidad a prácticas que no ingresan a los circuitos comerciales o institucionales y a vincular artistas mujeres, principalmente, de distintas generaciones. Estas actividades han tenido lugar en cada espacio que he tenido, incluso en mi propia casa. En los años 2005/2006 realizamos Periférica, primera feria de espacios auto-gestionados por artistas. Espacio Forest, fue un proyecto realizado en el año 2013, y actualmente La Verdi (2014/2017) y La Verdi México (2017/2018).
Me interesan los procesos de trabajo.
Darle valor a todos aquellos estados que generan dudas, incertidumbre, malestar. Particularmente tengo mucha consideración por todo aquello que se considera fracasado.
Me regodeo en el trabajo colectivo.
Abordo diferentes planos de la violencia y actualmente lo focalizo en la violencia del envejecer.

 

Ana Gallardo
Dibujos textuales II

Desde el 14 de noviembre de 2018 al 5 de enero 2019

Ruth Benzacar Galeria de Arte
J. Ramírez de Velasco 1287
Ciudad Autónoma de Buenos Aires