Marcelo Benítez. Ritos y tempestades
Con la precisión que le es propia, María Moreno ha definido el alcance del término rescate en las operaciones críticas e historiográficas que refrescan nuestra memoria y nos acercan de nuevo a quienes hemos olvidado injustamente. “No somos nosotros quienes rescatamos a los olvidados, son ellos quienes nos rescatan a nosotros”. Nombres y actos, textos y obras de un pasado dormido nos llaman en un momento de peligro. Su ritmo es de alarma: se activan años después de haber sido concebidos, lanzados a la esfera pública o escondidos en cajones. Regresan como legado, lección, advertencia y aguijón a la imaginación. Podemos estar agradecidos, pues, porque 2024 es el año en que nos encontramos con Marcelo Benítez.
Esta afirmación requiere algunas matizaciones. Es cierto que estamos asistiendo a la "llegada" de la obra visual de Benítez al circuito del arte contemporáneo. También es cierto que Benítez fue una figura central en la vibrante, y últimamente más conocida, historia de la militancia gay en Argentina. Es, de hecho, uno de los pocos nombres que se destacan tanto en los primeros pasos dados por el Frente de Liberación Homosexual (fue parte del Grupo Eros) como en las formaciones posteriores que marcan críticamente los límites de la transición a la democracia (desde la Coordinadora de Grupos Gays, el Grupo Federativo Gay y la Comunidad Homosexual Argentina hasta Gays por los Derechos Civiles). Fue, también, un escritor agudo, un ensayista que firmó artículos pioneros sobre lo que en los años 80 todavía se llamaba aquí “la cuestión homosexual”, e hizo intervenciones decisivas en diversas publicaciones de la época, desde el contracultural El Porteño hasta el más dócil Diferentes , que si bien concebía a los lectores gays como sujetos de deseo, los abordaba sobre todo como sujetos de consumo. Alentado por Jorge Gumier Maier, quien creía que, en esa revista de una suerte de primer “descubrimiento”, era posible practicar el entrismo, Benítez escribió comentarios en los que exhibía su formación formal como psicólogo y su familiaridad en primera persona con los desequilibrios que engendra la represión sexual.
Si todo esto no escapase a la atención o a la curiosidad de historiadores y activistas, no hemos tenido hasta ahora una imagen completa de Marcelo Benítez, un perfil completo y complejo, al que, a las facetas antes mencionadas, hay que añadir sus incursiones menos conocidas, y a veces más inquietantes, en la poesía, la ilustración, el dibujo y la pintura. Una vez más, el archivo se presenta para instruirnos, a través de la incansable labor reparadora del activista Juan Queiroz, quien, desde su proyecto Archivos Desviados y la revista digital Moléculas Malucas , pero también en innumerables esfuerzos institucionales y en los más íntimos gestos de atención curatorial, nos ha impulsado a reconstruir nuestra historia queer hasta el último detalle.
La labor de Queiroz, amigo íntimo de Benítez hasta su muerte, permite presentar esta muestra no sólo como la celebración de un talento visual poco conocido hasta ahora, sino también como un mapa en el que las perlas del archivo y los documentos personales construyen los sólidos puentes hacia una obra que Benítez comenzó a crear al servicio de su militancia. De hecho, fue su adorado némesis, Néstor Perlongher, quien en 1974 le pidió que produjera los volantes de la FLH y algunas ilustraciones para el boletín clandestino Somos . Destacan, en esta primera fase, los “maricaminantes” y algunos volantes esbeltos, bastante bellos, que en su exaltación del cuerpo alegremente liberado recuerdan a Matisse. Lo que sigue a este primer paso público es un repliegue en lo doméstico. Durante la dictadura, por razones obvias, y fuera de ella, por razones menos obvias, Benítez seguiría dibujando y pintando en la relativa seguridad de su casa de Avellaneda, sin mostrar, salvo un puñado de excepciones, los resultados de su perseverancia. Es así como hoy nos encontramos ante un tesoro bastante inmaculado que abarca tres décadas y muchos más cambios de técnica y estilo, y que incluye dibujos sutiles y pintura estridente, figuras brillantes en crayón y tintas oscuras y profundas, y que hace uso de un catálogo caprichoso de la historia del arte occidental, dando un lugar de honor a la estatuaria clásica, El Bosco, Rubens y la pintura metafísica, pero también al orientalismo negro de Aubrey Beardsley y al imaginario cyborg de HR Giger. Benítez, que no se sentía del todo apto para la realización plástica o visual, funciona como una fotocopiadora, absorbiendo con destreza todo lo que ese muestrario de maestros le ofrece para idear fantasías eróticas y dramáticamente sexuales, en las que lo que se pone en escena, con toda claridad, es el deseo, pero también sus sombras: la represión, la persecución, la locura, la enfermedad y la muerte. Y si en sus primeras intervenciones, en esos esbeltos panfletos, los enemigos del deseo parecían residir únicamente en la sociedad y sus instituciones, como otras tantas reglas escritas y no escritas que transformar o abolir, en sus obras posteriores aparece la intuición —amarga— de que el deseo y la ley, el goce y la represión, tienden a coexistir en cada uno de nosotros en una intimidad incómoda, inquietante.
Mariano López Seoane
Marcelo Benítez
Ritos y tempestades
Desde el 1 de Noviembre de 2024 al 31 de Diciembre de 2024
Herlitzka & Co.
Libertad 1630
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
