Antonio Seguí

En la intimidad de su casa y atelier de París, una charla en la que se habla de su pintura pero, sobre todo, de su costado menos conocido por el público: el de coleccionista de piezas de otras culturas.
Entrevista Antonio Seguí.El hombre que pinta y colecciona hombrecitos.

Hay que bajarse en la estación Laplace, me había dicho Antonio Seguí, dos estaciones después de Cité Universitaire, o sea, en los bordes de París, un barrio suburbano que ha ido cotizándose con los años. La casa es fácil de reconocer, agregó, es la única que tiene una palmera en el frente y bambúes contra las rejas negras. No sé qué romántica asociación me despertó la palmera porque imaginé una casa pequeña, tropical, bohemia.

La palmera estaba, en efecto, pero la casa resultó ser una residencia señorial de varias plantas y con el lustre añadido de haber pertenecido al mismísimo Raspail, el del Boulevard. Ahora, desde 1992, vive en ella Antonio Seguí. Vive y pinta en un atelier luminoso plantado en el centro del jardín. "Es un quincho atelier", me aclara cuando le pregunto por una chimenea/ parrilla de gran tamaño que ocupa una de las paredes del lugar. Los asados que Seguí dedica con pasión cordobesa a los amigos argentinos han alcanzado también su celebridad.

La otra curiosidad del lugar es un gato negro enroscado sobre un banco que recibe el tautológico nombre de gato. Allí, con el olor tonificante de la pintura, en un desorden amable y vital que habla de su constante actividad, se inició una charla que pronto se fue extendiendo por toda la casa en una visita guiada donde nos mostró parte de su colección de arte africano y precolombino.

Apenas entramos, vimos una pieza africana notable: "La cama del rey cuando está muerto", nos dijo, una pieza imponente de madera maciza. Pregunté ingenuamente por los banquitos que estaban alrededor. "No tienen nada que ver –aclaró Seguí–, es que muchas veces usamos esa cama para comer.

Comemos en honor al muerto." En esta convivencia entre arte y vida cotidiana estriba el espíritu de esta colección que se despliega por toda la casa, desde la cave hasta la planta superior. Piso por piso y cuarto por cuarto, en el suelo, sobre mesas, estantes, vitrinas, o nichos, todo está cubierto por la presencia inquietante de grupos de figuras, de máscaras y objetos de culturas que nos son muy ajenas y lejanas, dejando sin embargo espacios vivos y amables -el escritorio, el comedor, los dormitorios, salas de estar- donde la vida sigue su curso. Un curso regular pero, para ser sinceros, singular.

En su dormitorio, por ejemplo, de proporciones generosas, se extiende un ejército de guerreros nigerianos que llegan casi hasta el borde de su cama. Lo que no le provoca pesadillas ni le quita el sueño.

¿Cuál es la relación entre un pintor y un coleccionista de arte? Para mí no es tan evidente como el lazo entre un escritor y un lector.
Para mí tampoco, lo que hago no tiene nada que ver con lo que junto. Puede ser que por algún lado se lleguen a tocar pero yo no lo siento para nada. En alguna época tuve como unos resabios de colores precolombinos, hay una coloración de marrones, rojos, tierras, negros que usé a fines de los 50, en un momento de mi pintura que algunos vieron como informalista. Aunque yo nunca fui informalista. Aquí en Francia no conozco demasiados artistas-coleccionistas. Sin embargo hay muchos. Los encontrás más en la vieja generación, en la de los surrealistas. Tristan Tzara, Matta, Bréton, Picasso... Escritores y artistas plásticos tenían sus colecciones. Más adelante aparece la figura de Arman, que desarrolló una colección impresionante, lo de él era prácticamente un museo.
Tengo entendido que Arman coleccionaba objetos cotidianos como relojes, armas, y también arte africano tradicional, como usted. Era un coleccionista apasionado.
Mirá, a mí no me gusta decirme "coleccionista", yo junto cosas. El coleccionismo es otro estado de espíritu.

¿Cuál es el suyo?
Yo junto mis cosas como cuando era chico juntaba mis soldaditos de plomo. En esa época ya jugaba, y ahora sigo jugando.

¿Y a quiénes les muestra esas cosas que junta?
A quienes les interesan y me lo piden. Americanos, suizos, italianos... Veo más gente que viene de afuera que gente de acá. Tengo muy poco contacto, por no decir ninguno, con los coleccionistas franceses.

¿Cómo empezó su colección?
En mis viajes por América Latina, viajes que hice por tierra, a fines de los cincuenta. Entonces fui descubriendo muchas de estas piezas, de una manera muy simple, al costado del camino: los chicos en los pueblitos te las ofrecían. Las primeras cosas que me llamaron la atención fueron las máscaras rojas de la cultura Chancay, en una zona muy cerca de Lima, las máscaras y también las muñecas, que son famosas.
Y que no son juguetes.
No, son objetos mágicos, religiosos, las ataban alrededor de las momias, a veces formando escenas de la vida del difunto o de personas queridas que de este modo lo acompañaban en la otra vida.

¿Y después de Perú?
Llegué a Ecuador y pasé por Valdivia, donde me ocurrió lo mismo, encontraba piezas que me interesaban y las compraba. También pasé por Colombia y cuando llegué a México ya tenía formada una pequeña colección. Allí me quedé tres años, del 57 al 60, era otro México, sin argentinos.

El viaje por Latinoamérica fue un ideal generacional. ¿Usted lo hizo dentro de aquel marco ideológico?
Sí y no. Porque la cultura de mi generación era la francesa, Yo conocía mejor la literatura francesa y europea que lo que se escribía en la Argentina. Apenas si conocíamos esa literatura medio canalla de Arlt. Yo a los 16 o 17 años llegué acá, a París, y también estuve en Madrid, y entonces me hice amigo de muchos latinoamericanos.
O sea que descubrió Latinoamérica en Europa, como sucedió con muchos artistas e intelectuales.
Sí, ellos fueron los que me tentaron para hacer aquel viaje. Todos me habían propuesto recibirme cuando pasara por sus países.

¿Qué edad tenía entonces?
21 años. Pero lo de juntar cosas empezó mucho antes, en Córdoba. Yo iba con un amigo odontólogo que me llevaba a las cuevas de los comechingones, sobre los arroyos, en las sierras y allí encontrábamos flechitas de obsidiana, de distintos tamaños, que hay muy poco en la Argentina. Entonces tendría 7 u 8 años.

¿Siempre le atrajeron ese tipo de cosas, vinculadas a las primeras culturas?
No, he juntado otras, por ejemplo grabados. Hice una colección bastante importante de la que después me deshice. Se la di a Córdoba al Centro de Arte Contemporáneo. Son grabados de la generación anterior a la mía, cosas de Picasso, del grupo Cobra, algunos italianos y franceses; algunas cosas las conservé y están en mi casa de Córdoba.

¿Cuál es el criterio para adquirir o no una pieza?
Mi criterio es estético, entre otras cosas; también hay una diferencia importante entre piezas con historia y sin historia, porque las piezas africanas han sido hechas para cierto destino, una celebración, un ritual. La que fue usada tiene otro valor. Como el pilar de madera que tengo a la entrada. Fijate que está cortado con hacha para recuperar la parte tallada, pero en realidad tenía cuatro metros de altura, era para sostener el techo de una casa.
O sea que no existe en las piezas africanas una intención artística, algo que sólo busque ser expresivo...
Es que en los distintos países de Africa, dentro de cada etnia y de cada familia hay grupos que se dedican a hacer estas piezas. Y resulta que algunos eran muy buenos escultores y otros no.
De manera que lo "artístico" es azaroso, se da por añadidura. El criterio para valorar estas piezas es necesariamente diferente.
Claro. Hay cosas que yo tengo aquí que a los coleccionistas tradicionales les dan un poco de miedo. Muchas provienen de Nigeria, piezas forradas en cuero de bambi. Son muy expresivas, tienen una carga de violencia, aunque aplacada por la calidad de la materia, por la pátina que adquiere el cuero. De estas piezas todavía se pueden conseguir porque el gran público las rechaza, no son amables, digamos. Otras piezas tienen algo más estético "a la occidental" y entonces es más fácil que se acepten.

Esto no sucede con lo precolombino.
No, para nada. En el caso de los nazcas, por ejemplo, la coloración, la composición de los dibujos son de una gran inventiva, pero no hay violencia, era una cultura apacible.
Nos detenemos frente a una figura que lleva un pescadito en la boca que parece responder a esa idea. La pesca y la agricultura eran actividades importantes en las culturas nazca y mochica. Hay cantidad de piezas vinculadas a la vida diaria: silbos huacos, utensilios de cocina, ollas, tazas...
"Las máscaras y las cabezas de madera –dice Seguí– forman parte del rito funerario. Son representaciones de la cabeza del muerto y se colocaban sobre el fardo funerario: una envoltura del cuerpo con su ropa y rodeado de todos los elementos que fueron de su uso cotidiano, cosas hechas en cobre, cerámica, madera. Vas a ver algunas de esas máscaras que se están riendo, están alegres..."

Pienso en los hombrecitos en marcha que pueblan su obra pictórica, y en estos otros que se suman al grupo, ¿habrá algún parentesco? Le pregunto si los tiene individualizados, en un caso y en otro, si les imagina una historia, como si fueran personajes de una misma familia. Seguí se ríe. Le parece imposible. Sin embargo admite que algunos le despiertan mayor curiosidad. "Por ejemplo, éste –me dice, señalando una talla–. Tiene algo oriental, una forma especial de estar parado, un gesto en la cara, que siempre me hace pensar."

De acuerdo con su criterio de "juntar cosas", Seguí no lleva una cuenta exacta de las piezas que tiene, aunque están catalogadas y garantizadas debidamente por todas las pruebas del caso como las de carbono 14. La más antigua que posee es una terracota nigeriana del 1500 antes de Cristo.
"Me pasa muchas veces –afirma– que cuando me gusta una pieza y sé que puedo conseguir otra similar, lo hago. Me gusta tener otra. Son del mismo lugar aunque nunca son iguales. Me pasó con las máscaras Chancay. Lo mismo con las 'Tete d'éléphant' que son originarias de Camerún. Las usaban para danzas rituales vinculadas con nacimientos, con plantaciones, con cosechas..."
Verlas en su conjunto resulta estremecedor. Algunas son altas como guerreros y todas están bordadas en perlas de cristales de colores.
Después, a medida que avanzamos, descubrimos distintas máscaras. Las máscaras Ekoi son las más inquietantes –¡en algunas quedan resabios de pelo!–, hacen mención a los cráneos de los enemigos muertos, traídos como trofeos después de la batalla.

¿Nunca pensó en hacer algo más formal con esta colección?
En un momento lo pensé y después decidí que no. Las presto a veces si me las piden para alguna muestra. Hay que decir que el Museo del Quai Branly, el que hizo Jacques Chirac, les ha dado un nuevo impulso a lo que se llaman las "Artes Primeras" y que comprenden las de Africa, Oceanía y América. También hay una semana todos los años en Saint Germain donde exponen galerías de arte africano y precolombino de todo el mundo. Otra persona que ha tenido iniciativas importantes en este campo es Jacques Kerchache, quien fue el promotor de la sala de Arts Premiers en el Louvre.
Dejamos atrás las habitaciones de la casa y regresamos al atelier y al Seguí pintor. Le pregunto entonces por las telas más cercanas donde aparecen inscripciones con el nombre de Madoff.

¿Por qué Madoff?
Le he dedicado una serie a este sinvergüenza que estafó a todo un país. Me encanta el personaje, lo hice para una muestra que se hizo en mayo en un lugar muy especial, en Seyne sur Mer, en la Villa Tamaris, un palacio que construyó un pashá para su mujer, sobre el mar. Son más de 4.000 m2. Por más que esta señora nunca llegó a habitarlo.
Para terminar la entrevista, entre mate y mate, le mando una seguidilla de preguntas que apuntan específicamente a su pintura.

¿Cuál es el primer gesto que inicia una pintura?
Es la primera interrupción que hay en la tela blanca, que puede ser un fondo o un trazo.

¿Reconoce épocas o tendencias en su trayectoria?
Desde los años 60 siempre he trabajado en series. Son períodos más cortos que los de otros artistas pero es la cosa más evidente dentro de mi trabajo. Además es mi voluntad adaptar a cada serie una técnica diferente para refrescar mi hacer.

¿Qué es lo que más lo satisface de lo hecho hasta hoy y cuál es el lugar de la insatisfacción, si lo hay?
Yo creo que para hacer buenos cuadros hay que hacer muchos malos. Ha sido mi caso, y los buenos cuadros se identifican inmediatamente y por sí mismos.

¿Qué lugar le parece que ocupa respecto de sus contemporáneos?
Yo pertenezco a una generación que quiso ver la figuración de otra manera... Sin identificarme con tendencias ni grupos, mi tarea fue siempre un poco solitaria. Quizá por ello llamé la atención en París, cuando hice mis primeras muestras.

¿Con cuáles de ellos siente afinidad?
Con mis contemporáneos, con quienes nos unen ideas sobre el arte pero sobre todo con quienes me une una idea de mundo.

¿Hay modas?
Sí, hay modas. La sociedad de hoy necesita modas. Se mueve como una especie de rebaño.

¿Quiénes o qué tendencias entre ellas le interesan más?
Más que tendencias me interesan los artistas que me llegan a provocar emociones. Pierrick Sorin, Anish Kapoor, Mac Cartney, Leandro Erlich, de quien vi una pieza muy poética en la última ArtBasel...

¿Cuáles son sus proyectos actuales?
Tengo varios: preparo muestras en dos galerías parisinas, para el mes de noviembre que acompañarán la edición de una monografía que Hazan publicará en esa fecha; este mes muestro 10 años de mis trabajos en el Centro de arte Contemporáneo de Colmar y a principios de 2011 mostraré trabajos recientes en Miami. Además, se están llevando a cabo varios proyectos de esculturas de grandes dimensiones, que había hecho destinadas a París, Ecuador y Argentina...

¿Y además de pintar va a seguir coleccionando?
Cuando uno empieza no puede parar.

Fuente: Revista Ñ