Fernando Garcia Curten

Conferencia Fernando García Curten

Yo encerré toda mi obra en mi casa natal que, como saben está en un pueblo del norte de la provincia. Eso, sí, como esa casa es museo, está abierta públicamente. Hace ya 15 años que no expongo, hace 30 que no participo en certámenes (donde dicho sea de paso, casi siempre me rechazaban). Tampoco voy a fiestas, inauguraciones, ni velorios. Me temo que aparte de asma, padezco de fobia social. Casi no salgo de mi casa y hace 50 años que no volvía a La Plata.

Volver a La Plata, a esta facultad. Porque hace casi 50 años yo estuve acá en esta misma aula, en alguna aquellas butacas de por allá. Se me tiene que comprender que a esta altura de mi vida, más cerca del féretro que de la cuna, padezca además de una saludable nostalgia.

Me veo temeroso y solitario entre cientos de alumnos en el comienzo de aquel año ´57, con una pesada pretensión vocacional: ser artista.
Me veo abrumado por el calco del Moisés de la entrada, escuchando al decano de entonces que nos hablaba de esta antigua, extraña y misteriosa actividad humana que es el arte, esa manifestación en que, sospechaba, había una partícula de eternidad.

No recuerdo cómo nos explicaba qué era eso del arte. O quizá no lo entendí, quizá tampoco lo pudo decir. Porque a 50 años de estar testarudo en esta actividad, yo, hoy (hoy quizá más que nunca) me sigo preguntando, qué es, de dónde sale y para quién es este asunto de la creación. Me atrevo ahora sin embargo a balbucear algunas opiniones. No sé si será soberbia o vejez.

Con respecto a mi trabajo en particular, reitero lo que ya dije hace tiempo atrás en un reportaje que me hicieran en España. Decía: ” Se que no pertenezco al admirado mundo de los grandes artistas que logran en sus obras la pura y serena belleza, las que en cósmica armonía son algo así como la prolongación de Dios sobre el planeta, los que en infinita bondad, purifican los espacios. Yo pertenezco a la desventurada y querida especie humana, y estoy metido inexorablemente en su enajenación y desdicha. Esa especie que ha producido unos pocos santos y demasiados torturadores y asesinos, fabricantes de armas y fabricantes de hambre, destructores de la madre tierra y traidores del destino humano. Siento esa culpa y, con basura y piedad, construyo mi obra, concibiendo el arte (y la vida) como un pesado esfuerzo para evitar el desastre final, como una manera de asumir el caos existencial, mostrarlo en dolorosa confesión y, a partir de allí, encontrar la esperanza, tal vez la salvación.”

Esto lo dije para la revista española “Cuadernos Hispanoaméricanos” hace más de 20 años y cuando se me preguntó cómo clasificaba yo a mi obra. (Ese afán de enciclopedizar todo.)

Sólo agregaría hoy, ante tanta frivolidad ambiente, que no soy un artista emergente, tampoco soy un consagrado, y obviamente tampoco soy famoso. (Parafraseando a Melville, digo que “toda fama implica patrocinio, por lo tanto, déjenme ser infame”.

Con respecto al arte en general sé que, mal que les pese a los mercaderes del arte, no es un bien de consumo, ni es un entretenimiento para aburridos, tampoco es un adorno que está instalado en la historia humana para otorgar beneficios económicos o de prestigio. Es al revés: su trascendencia milenaria reside en que nació necesario. Me refiero por supuesto al hecho creador, no a lo creado. Los cuadros, las esculturas, los libros, las pirámides, son objetos efímeros. Sólo la creación permanece al lado del hombre (por lo menos mientras el hombre, esa arrogante y precaria criatura, no termine suicidándose en masa). La creación artística, cuando es auténtica y veraz, opone una feroz residencia a la destrucción humana. Resistir pese a todo.

Porque en esta etapa de la civilización, abrumados por chucherías tecnológicas que nos hacen perder capacidades en el uso responsable de la libertad (me asusta que haya más celulares que orejas), en este terrible ámbito creado para el hombre de la multitud, donde caricaturas humanas conviven, pelean, se asocian para escalar estúpidos peldaños, se vuelven a pelear y vuelven a asociarse perdonándose cualquier sinvergüenzada, el hombre real no tiene espacio. Por aniquilamientos y exterminios, endemias deliberadas, guerras y destrucciones ambientales, es lógico que busquemos amparo en certezas sociológicas, filosóficas, teológicas, etc. Para poder entender u optar entre el bien o el mal.

Sin embargo, sólo la veracidad del arte nos presenta estas angustias en totalidad. Más allá de las escuelas y movimientos, sólo el arte presenta todos los recovecos más profundos de la condición humana.

No da soluciones, pero nos obliga a nuevas preguntas. No nos hace felices, pero sí más plenos. Nos desequilibra, pero nos permite vernos.

Por no poder precisar qué es esta actividad creadora que me tocó ejercer, leo lo que me dice Aldo Pellegrini: “El artista es la antena de su tiempo y, a través de él, la humanidad entera se expresa, es decir, pone afuera su presión interna. Ya no se expresa a sí mismo, (como en las actitudes autoexpresivas) sino al hombre en sí mismo”.

O lo que me dice Enrique Pichón Rivière: “Los seres humanos siempre hicieron arte ya que de esa manera reparan su realidad destruida (lo que significa: su miedo a la muerte) y lo recrean en un plano más sublime”. Lo que metafóricamente me enseña Aldo Pellegrini y lo que literalmente dice Pichón Rivière significan la misma cosa: que nosotros los autores somos apenas representantes, agentes por donde se expresa necesariamente la especie toda. Esto debiera ser un ético llamado a la humildad, para poder decir que, aparte de “auténtico y veraz” el artista debiera ser anónimo, aunque, eso sí, exclusivo.

El arte expresa a la especie toda decía, pero no ofrece soluciones explícitas. Pienso pretenciosamente en soluciones, pienso en la educación tal cual la preveía Herbert Read, hace 80 años, o Schiller hace 300 años, cuando las revoluciones industriales comenzaban a escindir al hombre. Pensaba en que casi toda la educación pública estaba deliberadamente concebida para dividir al hombre, separando su capacidad racional, anulando su capacidad emocional, ese espacio en el acontecen “el amor, la amistad, la compresión, la piedad”. Que esos sistemas educativos son responsables de esta crisis total, de esta delincuencia moral y de esta flagrante tendencia a librar guerras de exterminio.

En fin, no sé nada. Hoy estamos aquí compañeros artistas, maestros, estudiantes: resistiendo a favor de aquello que todavía no sucedió: la utopía, y de ahí la espera; tenue y precaria, tal vez más cerca de la caída que del triunfo. Pero como decía un viejo anarquista italiano “hay momentos en la vida en que es preciso luchar, no sólo sin miedo sino también sin esperanza”. Esta actitud otorga la fuerza moral de nuestro quehacer creador, sea éste de la índole que fuese. Es entonces el arte la más desesperada búsqueda de comunicación pero de la comunicación verdadera, la que va de alma a alma. Por tanto, no pretendamos creación usando preservativos, nada nacerá de allí. No hay certezas en el arte, y debemos ser corajudos y porfiados, pasionales y obsesivos, para reconocernos y hacer reconocer, lo que el enajenado hombre contemporáneo ha olvidado ya lo sabían los pueblos “primitivos”. Picasso decía: “aquellos seres que en la prehistoria construían esas máscaras o pintaban aquellas cavernas, lo hacían con un fin sagrado, como una mediación entre ellos y esas fuerzas desconocidas que los rodean, para reparar sus miedos existenciales”. Más allá del consumismo artístico, más allá de las ferias y cotizaciones, el verdadero sentido del arte debiera seguir siendo el mismo, tan sagrado como el rupestre.
Y por eso debemos seguir, insisto, en esta desesperada búsqueda de comunicación, sintiéndonos hermanos de aquel hombre de Altamira. Seguir, porque para bien o para mal, es lo único que nos queda.

Fernando García Curten (La Plata – 2005)

Aula Magna – Facultad de Bellas Artes.
Universidad Nacional de La Plata. Argentina
2005 Diciembre
Presentado por el Sr. Vice Decano de FBALP
Prof. Ricardo Cohen (Rocambole)

Web: www.fernandogarciacurten.org